jueves, 7 de mayo de 2009

PAÑUELITOS


Hoy es un martes más para Juan: se levanta bien temprano, desayuna lo que hay (justo tuvo suerte y encontró un alfajor de esos triples que se exceden en calorías), se acomoda un poco el pelo -aunque no le hace falta, lo tiene bien corto- y se va a cumplir su rutina de trabajo.

La empresa en la que trabaja abre sus puertas a las cinco, pero él siempre llega un poco mas tarde, ya que sus clientes -si se los puede llamar clientes- a esa hora están dormidos y no se prestan para las relaciones laborales.

Algunos días tiene más suerte que otros y logra cerrar muchas ventas exitosas; esos días en su casa celebran con alguna comida especial. Hoy Juan está antojado de arroz con menudos.

Juan podría ser un empresario de alguna compañía financiera, un ejecutivo de ventas de un laboratorio, un vendedor de alguna empresa multinacional o, sin ir más lejos, un telemarketer cualquiera. Pero no, Juan tiene tan solo seis años y vende pañuelos descartables en el subte.
A.

miércoles, 6 de mayo de 2009

COLA DE PERRO


Y ahora resulta que te compraste un perro, y tiene ojos celestes, como los míos. Lo vi y tuviste buen gusto a la hora de comprarlo. Siempre tuviste buen gusto a la hora de elegir qué comprar.

Yo también tengo una perra, ¿te acordás de mi perra? Sí, la que no soportabas cuando intentaba subirse a tus piernas y pedirte que la acaricies y le juegues. ¿Se acordará ella de vos? No lo sé, porque no habla, aunque si mi perra hablara...

Ahora que lo tenés, porque hace mucho lo querías, disfrutalo, pero no te olvides de tu gato y de que, por buena o mala suerte, en este mundo todos somos remplazables.

A.

lunes, 4 de mayo de 2009

EL AMOR

La archivera es una mujer alta, guapa, con rasgos faciales grandes y vivos. Es inteligente, divertida y tiene lo que la gente llama carácter. El futbolista es un hombre alto, guapo, con rasgos faciales grandes y vivos. Es inteligente, divertido y tiene lo que la gente llama carácter.

La archivera trata al futbolista con desdén. Se muestra seca, displicente. De tanto en tanto, cuando él la llama (siempre es él quien la llama; ella a él no lo llama nunca), aunque no tenga nada que hacer le dice que ese día no le va bien que se vean. Da a entender que tiene otros amantes, para que el futbolista no se crea con ningún derecho. Alguna vez ha cavilado (tampoco mucho, no fuera a darse cuenta de que se equivoca) y llegado a la conclusión de que lo trata con desdén porque en el fondo lo quiere mucho y teme que, si no lo tratara con desdén, caería en la trampa y se enamoraría de él tanto como él está enamorado de ella. Cada vez que la archivera decide que se acuesten, el futbolista se pone tan contento que le cuesta creerlo y llora de alegría, como con ninguna otra mujer. ¿Por qué? No lo sabe, pero cree que el desprecio con que lo trata la archivera no lo es todo. De ninguna manera es el factor decisivo. Sabe que en el fondo ella lo quiere, y sabe que si finge dureza es para no caer en la trampa, para no enamorarse de él tanto como él está enamorado de ella.

El futbolista querría que Ja archivera lo tratara sin desdén o, como mínimo, con un poco menos. Porque así vería, por un lado, que ésa no es la única forma de relación posible entre los dos y, por otro, que no debe tener ningún miedo de enamorarse de él. Porque él amaría la ternura de la archivera, esa ternura que ahora le da miedo mostrar.

A veces el futbolista sale con otras mujeres. Porque le parece que ha llegado al límite, porque decide que ya no soporta más que lo trate corno un jarro, que casi no lo mire, que lo utilice de cepillo y después lo ignore. Pero siempre vuelve. No es que las otras no le interesen lo suficiente. Todo lo contrario: son muchachas espléndidas, inteligentes, guapas y consideradas. Pero ninguna le da el placer que le da ella. Un día (una tarde. mientras la archivera fuma y lo observa desvestirse), el futbolista se decide y le habla. Le dice que no debería ser tan seca, tan huraña, que él la quiere tanto que no debe tener miedo de mostrarse tal como es. Que no se aprovecharía de ninguna debilidad de ella. Que si fuese tierna (y él sabe que lo es, y que finge no serlo) la querría aún más. Airada, le dice que quién se ha creído que es para decirle lo que tiene que hacer y lo que no; le dice que se siente y lo abofetea. Esa tarde, el futbolista disfruta más que nunca. Pero, otro día que se ven, inopinadamente ella no es tan malcarada como de costumbre. El futbolista se sorprende. A lo mejor lo ha pensado y sin decirle nada, empieza a hacerle caso. Al día siguiente es incluso tierna. El futbolista se alegra mucho. Por fin ha entendido que no tenía por qué tener miedo. Que mostrarse tal como es no va a reportarle ningún mal. Están en la cama. El futbolista está tan emocionado que se conmueve con cada gesto, con cada caricia. En cada mimo encuentra un placer especial. Es tal la ternura que ni tiene ganas de coger; les basta con abrazarse y decirse que se quieren (ahora ella se lo dice a cada momento).

La archivera no vuelve a tratarlo con desprecio nunca más. Está tan enamorada del futbolista que se lo dice por la mañana, por la tarde, por la noche. Le regala camisas, libros. Se le entrega siempre que él quiere. Es ella quien lo llama, cada vez más, para que se vean todos los días. Y una noche le propone que se vayan a vivir juntos. El futbolista la observa fríamente, con la mirada vidriosa. Hasta no hace mucho hubiera dado el brazo derecho porque le propusiese lo que acaba de proponerle.

QUIM MONZÓ